Sunday, July 17, 2011

María intentaba perdonar pero no podía olvidar



Los rayos del sol lastimaban sus ojos, quemaban sus retinas, apenas los podía mantener abiertos.
María caminaba mareada sin un rumbo fijo con el imposible objetivo de escapar de ella misma sin saber a donde ir ni a quién recurrir.
La mañana era tan hermosa que dolía, contrastaba con todo lo que ella sentía.
La soledad se agrandaba en ese amanecer en el parque del Retiro y todo y nada tenía sentido.
Corría, gritaba, cantaba, reía, lloraba pero no podía hablar. Las palabras habían quedado debajo de la cama donde vio dos días antes a Tatiana por última vez.
Quizás como mecanismo de defensa, quizás para no contar lo que había visto. En shock, como protección, María sólo podía emitir sonidos, ninguna frase coherente, ninguna respuesta siquiera monosilábica.
Sueños que se convirtieron en pesadillas, anhelos que se convirtieron en miedos.
Tanta soledad no cabe en un cuerpo demacrado y mal tratado.
Dos días sin dormir ni comer aumentaron su falta de lucidez, en momentos no sabía si estaba recordando o alucinando.
No vio venir a un niño en la bici y asustada cayó sobre pasto verde aún húmedo por el rocío.
Su primer amor, su primer día de colegio, la muerte de su mamá, los engaños de su papá, la enfermedad de su hermano. La última chipa horneada por la abuela, la polca que solía escuchar, el ñandutí que tanto le gustaba a su mamá.
El hombre que amó y nunca pudo tener, cuentas que no pudo pagar, los insultos de la esposa de Pedro, el hijo que se fue con los golpes que recibió en la casa roja.
El ticket que le regalaron, la primera vez que subió a un avión.
Las palabras de la directora de la casa roja y la primera bofetada que le dio cuando se enteró de su embarazo.
Las miles de manos sucias que recorrieron su cuerpo, su intimad vendida a hombres de diferentes edades, olores, colores.
Los distintos alientos, idiomas, tonos de voces.
Mentiras, engaños, pelucas, moretones, pastillas, cigarrillos, heridas, cicatrices.
El día que conoció a Tatiana, la única verdadera amistad en una vida rodeada reinada por hipocresía
.
Todo giraba y daba vueltas en su cabeza y se sentía invisible en una plaza que empezaba a llenarse de gente para pasar un domingo en familia que ella nunca pudo pasar.
Sueños que se convirtieron en pesadillas, anhelos que se convirtieron en miedos.
Tanta soledad no cabe en un cuerpo demacrado y mal tratado.
Sus veintidós años pasaron por su mente en veintidós segundos, María sentía que ya no le quedaba mucho tiempo de vida. La herida en la pierna izquierda se había abierto y usó la poca fuerza que le quedaba para arrastrarse debajo de un árbol florido.
Intentó perdonar pero no podía olvidar.
Buscó en su cartera y puso al lado de su rostro la foto que se había sacado con Tatiana en la Puerta del Sol, la noche en que más plata habían ganado y que pudieron escaparse por unas horas de la casa roja para ir de tapas por Madrid y festejar por la libertad que iban a recuperar juntando un poco más de plata para volver a Paraguay.
Tatiana había llegado a Madrid unos meses antes que María, al igual que ella había sido engañada y había sido llevada a la casa roja a trabajar de prostituta para una cadena de prostíbulos dirigida por una paraguaya casada con un español en Madrid. Uno de sus sueños era grabar un disco y había ido a España con ese objetivo final.
María necesitaba dinero para estudiar, también quería  ser diseñadora de modas pero en Paraguay su padrastro la maltrataba y le sacaba la poca plata que ganaba vendiendo collares y artesanía en la calle palma.
María sentía que el aire se le estaba yendo, acarició su vientre buscando las patadas que unos meses antes alcanzó a sentir. Los recuerdos nuevamente la inundaron.
Tatiana sería la madrina, si era niño se llamaría Gael, Luana si fuera mujer.
Lloraron juntas en silencio en la habitación que compartían en la casa roja cuando María salió de la habitación del director llena de golpes y ensuciando el piso con la sangre que caía desde su feminidad para abajo.
María seguía intentando perdonar pero no conseguía olvidar.
En una constante lucha con sus recuerdos, la imagen de Tatiana sonriendo perdía ante la imagen de Tatiana tirada debajo de la cama, envuelta en una sábana ensangrentada.
Ese día María había visto entrar al mejor cliente de la casa roja dos horas de lo habitual, estaba más acelerado y enojado que de costumbre, sus pupilas apenas podían distinguirse y llevaba a Tatiana a la fuerza casi cargándola con un solo brazo
María sabía lo que podía pasar esa noche, se tapaba los oídos con la sucia almohada para no escuchar los gritos de Tatiana
El silencio quemó el cuerpo de María como un hielo recorriendo su cuerpo. El escalofrío la paralizó unos segundos y entró a la habitación. El cliente roncaba en la cama y debajo olía a muerte.
Un tiro en la pierna izquierda sorprendió a María pero el miedo actuó de disparador y salió corriendo como nunca antes lo había hecho
Sueños que se convirtieron en pesadillas, anhelos que se convirtieron en miedos.
Tanta soledad no cabe en un cuerpo demacrado y mal tratado.
María ya había perdonado pero seguía sin poder olvidar. Sólo quería llevarse lindos recuerdos a un lugar donde sabía que alguien la iba a recibir con los brazos abiertos.
De un último esfuerzo su cara dibujó una sonrisa, sus dos manos rodearon su panza, y quedó ahí petrificada como una estatua de sal seca y gris en el parque del retiro lejos del país que la vio nacer y que no supo defenderla y protegerla.

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